martes, 19 de mayo de 2015

LA TRISTEZA del SABADO INGLES II

Después de este papanatas, 
hay otro hombre del sábado,
 el hombre triste, 
el 
hombre que cada vez que lo veo me apena profundamente. 
Lo he visto 
numerosas veces, y siempre me ha causado la misma 
y dolorosa impresión. 
Caminaba yo un sábado por una acera en la
 sombra, 
por la calle Alsina 
-la calle más lúgubre de Buenos Aires- 
cuando por 
la vereda opuesta, 
por la vereda del sol, vi a un empleado, 
de espaldas 
encorvadas, que 
caminaba despacio, llevando de la mano 
una 
criatura de tres años.



La criatura exhibía, inocentemente, uno de esos sombreritos con cintajos, 
que sin ser viejos son deplorables. Un vestidito rosa recién planchado.
 Unos zapatitos para los días de fiesta. Caminaba despacio la nena, 
y más despacio aún, el padre. Y de pronto tuve la visión de la sala de una 
casa de inquilinato, y la madre de la criatura, una mujer joven y arrugada- 
por las penurias, planchando los cintajos del sombrero de la nena.

El hombre caminaba despacio. Triste. Aburrido. Yo vi en él el producto 
de veinte años de garita con catorce horas de trabajo y un sueldo de hambre, 
veinte años de privaciones, de. sacrificios estúpidos y del 
sagrado terror de que lo echen a la calle. 
Vi en él a Santana, el personaje de Roberto Mariani.

Y en el centro, la tarde del sábado es horrible. Es cuando el comercio se muestra 
en su desnudez espantosa. Las cortinas metálicas tienen rigideces agresivas.
Los sótanos de las casas importadoras vomitan hedores de brea, de benzol y 
de artículos de ultramar. Las tiendas apestan a goma. Las ferreterías a pintura. 
El cielo parece, de tan azul, que está iluminando una factoría perdida en el África.

 Las tabernas para corredores de bolsa permanecen solitarias y lúgubres. 
Algún portero juega al mus con un lavapisos a la orilla de una mesa. 
Chicos que parecen haber nacido por generación espontánea de entre 
los musgos de las casas-bancas, 
aparecen a la puerta de 
"entrada para empleados" de los depósitos de dinero. 

Y se experimenta el terror, el espantoso terror de pensar que a estas 
mismas horas en varios países las gentes se ven obligadas a no 
hacer nada, aunque tengan ganas de trabajar o de morirse.


No, sin vuelta de hoja; no hay día más triste que el sábado inglés 
ni que el empleado que en un sábado de éstos está buscando aún, a las
 doce de la noche, en una empresa que tiene siete millones de capital,
 ¡un error de dos centavos en el balance de fin de mes!

"Aguasfuertes Porteñas "


Roberto Emilio Gofredo Arlt

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