sábado, 12 de diciembre de 2015

R A G N A R Ö K

En los sueños (escribe Coleridge) las imágenes figuran las impresiones que 
pensamos que causan; no sentimos horror porque nos oprime una esfinge, 
soñamos una Esfinge para explicar el horror que sentimos

Si esto es así ....

¿Cómo podría una mera crónica de sus formas transmitir 
el estupor, la exaltación, las alarmas, la amenaza
y el júbilo que tejieron el sueño de esa noche?

Ensayaré esa crónica, sin embargo; acaso el hecho de que una sola 
escena integró aquel sueño borre o mitigue la dificultad esencial.

El lugar era la Facultad de Filosofía y Letras; la hora, el atardecer.
Todo (como suele ocurrir en los sueños) era un poco distinto; una
ligera 
  
 
magnificación alteraba las cosas. Elegíamos autoridades;

yo hablaba con Pedro Henríquez Hureña, que en la vigilia ha 
muerto hace muchos años. Bruscamente nos aturdió un clamor de 
manifestación o de murga.

Alaridos humanos y animales llegaban desde el Bajo.

 Una voz gritó:         ¡ Ahí vienen ! .....Y después


 ¡ Los Dioses !      ¡ Los Dioses ! 

Cuatro o cinco sujetos salieron de la turba y ocuparon la tarima del Aula Magna

Todos aplaudimos, llorando; eran los dioses que volvían al cabo de un 

destierro de siglos. Agrandados por la tarima, la cabeza echada hacia 

atrás y el pecho hacia delante, recibieron con soberbia nuestro homenaje. 

Uno sostenía una rama, que se conformaba, sin duda, a la sencilla botánica 
de los sueños; otro, en amplio ademán, extendía una mano que era una garra;
 una de las caras de Jano miraba con recelo el encorvado pico de Thoth.

 Tal vez excitado por nuestros aplausos, uno, ya no sé cuál, 
prorrumpió en un cloqueo victorioso, increíblemente agrio,  
con algo de gárgara

Las cosas, desde aquel momento, cambiaron....

Todo empezó por la sospecha (tal vez exagerada) de que 
los Dioses no sabían hablar. 

Siglos de vida fugitiva y feral habían 
 
 
atrofiado 
 
en ellos lo humano. 


La luna del Islam y la cruz de Roma 
habían sido implacables con esos prófugos. 
Frentes muy bajas, dentaduras amarillas, bigotes ralos de mulato o de chino

Sus prendas no correspondían a una pobreza decorosa y decente sino al 
lujo un clavel; en un saco ajustado se adivinaba el bulto de una daga.


 Bruscamente sentimos que jugaban su última carta, que
eran taimados, ignorantes y crueles como viejos animales
 de presa y que, si nos dejábamos ganar por el miedo o 
la lástima, acabarían por destruirnos.



Sacamos los pesados revólveres (de pronto hubo revólveres en el sueño) 
y alegremente dimos muerte a los dioses.


  Jorge Luis Borges 
"El Hacedor" 1960

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