Una bola de cristal irradia colores sobre decenas de cabezas en la pista de Verboten,
uno de los boliches de Brooklyn. DJ Golden Pony impone su ritmo, y
el público responde. Todos bailan.
La música electrónica crea clima de “rave”, pero lo que sucede está lejos de
ser eso: es miércoles 7 de la mañana, no hay alcohol ni drogas y en un par
de horas todos - o la mayoría- se irán a trabajar.
“Ustedes están eligiendo ser felices por estar acá, ¡qué gran forma
de arrancar el día!“, vocifera al micrófono Elliot LaRue, un afroamericano
corpulento que después de moverse un rato se sacará la remera y nunca dejará
bailar con arenga. “¡Vamos, daybreakers! ¡Hay que arrancar el día!
” El público responde. La gente baila y sonríe.
Es una fiesta, distinta a otras fiestas.
Una nueva tribu urbana ha nacido en Nueva York: los daybreakers.
Un “movimiento global” -según ellos- que elige hacer, cuando rompe el día,
lo que hasta hace poco era a la noche. Hay café, jugos, bebidas proteicas y
aguas energizantes. Un licuado verde, bautizado “Dandi Detox“, mezcla de perejil,
piña, diente de león, frambuesas y agua de coco en una coqueta botella de plástico.
No se ven faldas, tacos o zapatos, pero sí zapatillas deportivas, calzas y remeras.
Algunos llegaron en atuendo corporativo, listos para la oficina.
“Es una forma genial de despertarte, empezás el día alerta“,
dice Chris Hunt, 27 años, corpulento, vestido con pantalones cortos, remera
y zapatillas. Hunt fue uno de los que llegaron más temprano: a las 6 de la
mañana, la pista estaba cubierta de colchonetas para una clase de yoga.
La música se escucha fuerte. Las luces cambian cada segundo. La gente sonríe,
se mueve en comunidad. Pilas de bolsos descansan contra las paredes. Una mujer
camina y da pequeños saltos con su beba en brazos, que lleva unos auriculares
tan grandes como su cabeza para aislarlo del sonido.
“Esto es fantástico. Nueva York está siempre un paso adelante,
¿por qué tenemos que bailar de noche? Para mí, con la beba,
es mucho más fácil en la mañana“, dice Lucy Fliat,
londinense, artista de maquillaje que trabaja por su cuenta. Al final
de la charla se ríe y reconoce que hace mucho que no iba a bailar:
“Ya estamos viejos para esto“.
Entre la multitud uno de los fundadores, Matthew Brimer, un hombre de barba que
aún no llegó a los 30, vestido con pantalones bali, una robe roja y antiparras
de esquí. Todo comenzó, explica, a partir de la frustración con la noche de
Nueva York, “excluyente, prejuiciosa, oscura“. Las mañanas, agregó,
suelen ser aburridas, rutinarias. Daybreaker se quedó con lo mejor
de una para cambiar la otra.
“Empezó como un proyecto artístico y un experimento social“,
explica Brimer, que creó daybreaker junto con una amiga, Radha Agrawal,
a fines de 2013. La primera fiesta se hizo en el sótano de un café en Union Square.
Eran un puñado hay cientos en boliches famosos. “Sacamos todo lo malo
de la noche y nos quedamos con lo bueno, y lo hacemos a la
mañana, así cuando terminás, tenés todo el día por delante
y te sentís increíble“, redondea.
D.B. se extendió a San Francisco, Los Ángeles, Berlín, Londres,
San Pablo y Tel Aviv. Brimer quiere construir un movimiento global.
En sus planes figuran Buenos Aires y México DF, entre otras grandes urbes
“Lo principal es conectar Cerca de las 9, las luces y la música se apagan.
Unos se van otros se quedan se sientan en círculo y leen citas en cartulina
“Tu vida es un viaje sagrado”, comienza la frase, de la escritora
Caroline Adams. “Estás en un sendero… exactamente donde tenés
que estar ahora”, continúa.
Un aplauso cerrado cierra el madrugón. La gente se para, buscan bolsos
o colchonetas de yoga. Las puertas de Verboten abren y otro día comienza.
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