martes, 28 de marzo de 2017

Malditos palos I

Cualquier mortal cuya vida transcurre en un tranquilo o indeseado
anonimato, sabe que su vida puede pegar un giro inesperado
pero sin exposición ni ruido. Nunca conocerá la gloria de la
fama ni trascenderá a grandes grupos sociales, pero tampoco
será condenado si ese giro es dramático.

¿ Cuántas veces Moacir Barboza habrá revivido desde
distintos ángulos el gol que cambió su vida para siempre?

Eran los años cincuenta, años de post guerra y de una 
Europa devastada, Brasil estrenaba entonces junto a
una promisoria economía su famoso estadio Maracaná.


Tras una cuidadosa selección sólo quedaron 13
13 equipos ¿ casualidad ? ¿ quién sabe ?
pero ellos fueron los protagonistas del Mundial de fútbol.
El estadio todavía en construcción apuraba sus obras
todo estaba previsto para que el equipo local fuera
el vencedor. En ese tiempo los jugadores fueron
homenajeados en forma anticipada con relojes 
de oro grabados con la leyenda Campeones
del Mundo, se anticiparon viajes, premios,
fiestas, discursos, titulares en el diario
camisetas, no existía posibilidad alguna
de una derrota. Fútbol en Brasil tiene el fervor
de una religión, una identidad o la vida misma.


Previsto para una asistencia de 200.000 espectadores
fueron unos cuantos miles más los que durante días
enteros acamparon en las inmediaciones del estadio.
Ningún brasileño quería perderse la final.
Ni siquiera hacía falta una victoria, con un empate
Brasil se consagraba, pero hubo un giro inesperado
de un empate en el primer tiempo y un golazo
del uruguayo Alcides Edgardo Ghiggia
que le dió a Uruguay el título del Campeón
del Mundo. 



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