Cuenta la leyenda que cuando Fleming se fue de vacaciones dejó el laboratorio hecho un asco y al volver se encontró con que todos los portaobjetos, las pipetas y hasta las mesadas de mármol se habían llenado de hongos. Gracias a eso, dicen, descubrió la penicilina. Y gracias a eso, también, su mujer pudo enunciar la ley del alcance del sufrimiento femenino.
Estimulada por los vapores de la lavandina, mientras limpiaba la mugre verdosa del laboratorio y las dos horas de descaso que había logrado en las vacaciones se le escurrían bajo el trapo rejilla, la señora Fleming pensó que el sufrimiento es como los antibióticos: cubre un amplio espectro de posibilidades y recién se hace evidente cuando todo está podrido.
Por su descubrimiento, Alexander Fleming recibió el premio Nobel y el título de
Caballero de la reina. La mujer de Sir Fleming, en cambio pasó a la historia como la sucia que no lavaba las pipetas.
La anécdota no hace sino confirmar la omnipresencia del sufrimiento femenino,el hecho de que todas sufrimos por todo y todo nos hace sufrir.
Como dice el poeta:
El padecimiento femenino tiene razones que la razón desconoce.
Sufrimos porque nos faltan motivos para sufrir o porque nos sobran.
Sufrimos por nosotras y por los otros.
En silencio o a los gritos, quietitas o convulsas, debajo de un zócalo o en medio de una murga, solas o acompañadas y sin embargo solas...las mujeres manifestamos nuestro dolor según nuestra personalidad y nuestro estilo.
Lo importante es entender que:
El sufrimiento es el resultado de un arte cultivado a lo largo de toda la vida.
de "La máquina de sufrir" de Liliana Escliar, un libro que no puede faltar en
tu biblioteca y en tu vida
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