viernes, 12 de junio de 2015

La TRAGEDIA del HOMBRE que busca EMPLEO

La persona que tenga la saludable costumbre de levantarse tempra­no, y salir en 
tranvía a trabajar o a tomar fresco, habrá a veces observa­do el siguiente fenómeno:

Una puerta de casa comercial con la cortina metálica medio corrida. Frente a la 
cortina metálica, y ocupando la vereda y parte de la calle, hay un racimo de gente.
La muchedumbre es variada en aspecto. Hay peque­ños y grandes, sanos y lisiados. 
Todos tienen un diario en la mano y con­versan animadamente entre sí.


Lo primero que se le ocurre al viajante inexperto es de que allí ha ocurrido un 
crimen trascendental y siente tentaciones de ir a engrosar el número de aparentes 
curiosos que hacen cola frente a la cortina metáli­ca, mas a poco de reflexionarlo 
se da cuenta de que el grupo está consti­tuído por gente que busca empleo, y que
ha acudido al llamado de un aviso. Y si es observador y se detiene en la esquina 
podrá apreciar este conmovedor espectáculo.

Del interior de la casa semiblindada salen cada diez minutos indivi­duos que 
tienen el aspecto de haber sufrido una decepción, pues irónica­mente miran 
a todos los que les rodean, y contestando rabiosa y sintéti­camente a las preguntas 
que les hacen, se alejan rumiando desconsuelo. 
Esto no hace desmayar a los que quedan, pues, como si lo ocurrido fuera un 
aliciente, comienzan a empujarse contra la cortina metálica, y a darse de puñetazos 
y pisotones para ver quien entra primero.
De pronto el más ágil o el más fuerte se escurre adentro y el resto queda mirando 
la cortina, hasta que aparece en escena un viejo empleado de la casa que dice:



—Pueden irse, ya hemos tomado empleado.

Esta incitación no convence a los presentes, que estirando el cogote sobre el hombro 
de su compañero comienzan a desaforar desvergüenzas, y a amenazar con romper
los vidrios del comercio. Entonces, para en­friar los ánimos, por lo general un 
robusto portero sale con un cubo de agua o armado de una escoba y empieza 
a dispersar a los amotinados. Esto no es exageración. 
Ya muchas veces se han hecho denuncias seme­jantes en las seccionales sobre 
este procedimiento expeditivo de los patro­nes que buscan empleados.


Los patrones arguyen que ellos en el aviso pidieron expresamente “un muchacho 
de 16 años para hacer trabajos de escritorio”, que en vez de presentarse candidatos
de esa edad, lo hacen personas de 30 .años, y hasta cojos y jorobados. Y ello es 
en parte cierto. En Buenos Aires, “el hombre que busca empleo” ha venido a 
constituir un tipo sui generis.

Puede decirse que este hombre tiene el empleo de “ser hombre que busca trabajo”

ROBERTO  ARLT

El hombre que busca trabajo es frecuentemente un individuo que os­cila entre los 18 
y 24 años. No sirve para nada. No ha aprendido nada. No conoce ningún oficio. 

Su única y meritoria aspira­ción es ser empleado. Es el tipo del empleado abstracto.
El quiere traba­jar, pero trabajar sin ensuciarse las manos, trabajar en un lugar donde
se use cuello; en fin, trabajar “pero entendámonos… decentemente”.

Y un buen día, día lejano, si alguna vez llega, él, el profesional de la busca de 
empleo, se “ubica”. Se ubica con el sueldo mínimo, pero qué le importa. Ahora 
podrá tener esperanzas de jubilarse. Y desde ese día, calafateado en su 
rincón administrativo espera la vejez con la paciencia de una rémora.

Lo trágico es la búsqueda del empleo en casas comerciales. La oferta ha llegado 
ser tan extraordinaria, que un comerciante de nuestra amis­tad nos decía:

—Uno no sabe con qué empleado quedarse. Vienen con certificados. 
Son inmejorables. Comienza entonces el interrogatorio:

—¿Sabe usted escribir a máquina?

—Sí, ciento cincuenta palabras por minuto.

—¿Sabe usted taquigrafía?

—Sí, hace diez años.

—¿Sabe usted contabilidad?

—Soy contador público.

—¿Sabe usted inglés?

—Y también francés.

—¿Puede ofrecer una garantía?

—Hasta diez mil pesos de las siguientes firmas.

—¿Cuánto quiere ganar?

—Lo que ustedes acostumbran pagar.

—Y el sueldo que se les paga a esta gente -nos decía el aludido comerciante— no 
es nunca superior a ciento cincuenta pesos. Doscientos pesos los gana un empleado
con antigüedad… y trescientos… trescientos es lo mítico. Y ello se debe a la oferta. 

Hay farmacéuticos que ganan 180 pesos y trabajan 8 horas diarias, hay 
abogados que son escri­bientes de procuradores, procuradores que les pagan 
200 pesos men­suales, ingenieros que no saben qué cosa hacer con el título, 
doctores en química que envasan muestras de importantes droguerías.

Parece menti­ra y es cierto.


La interminable lista de “empleados ofrecidos” que se lee por las mañanas en los 
diarios es la mejor prueba de la trágica situación por la que pasan millares y 
millares de personas en nuestra ciudad. Y se pasan éstas los años buscando 
trabajo, gastan casi capitales en tranvías y es­tampillas ofreciéndose, y nada 
la ciudad está congestionada de emplea­dos.

Y sin embargo, afuera está la llanura, están los campos, pero la gen­te no quiere 
salir afuera. Y es claro, termina tanto por acostumbrarse a la falta de empleo que 
viene a constituir un gremio, el gremio de los deso­cupados. 

Sólo les falta personería jurídica para llegar a constituir una de las tantas 
sociedades originales y exóticas de las que hablará la historia del futuro.


AGUAS FUERTES PORTEÑAS

ROBERTO ARLT   (1900-1942)

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