En los sueños (escribe Coleridge) las imágenes figuran las impresiones
que
pensamos que causan; no sentimos horror porque nos oprime una
esfinge,
soñamos una Esfinge para explicar el horror que sentimos.
Si esto es así :
¿Cómo podría una mera crónica de sus formas transmitir
el estupor, la exaltación, las alarmas, la amenaza
y el júbilo que tejieron el sueño de esa noche?
Ensayaré esa crónica, sin embargo; acaso el hecho de que una sola
escena integró aquel sueño borre o mitigue la dificultad esencial.
El lugar era la Facultad de Filosofía y Letras; la hora,
el atardecer.
Todo (como suele ocurrir en los sueños) era un poco distinto; una
ligera
magnificación alteraba las cosas.
Elegíamos autoridades;
yo hablaba con Pedro Henríquez Hureña, que en la vigilia ha
muerto hace muchos años. Bruscamente nos aturdió un clamor de
manifestación o de murga. Alaridos humanos y animales
llegaban desde el Bajo.
Una voz gritó: ¡ Ahí vienen ! .....Y después
¡ Los Dioses ! ¡ Los Dioses !
Cuatro o cinco sujetos salieron de la turba y ocuparon
la tarima del Aula Magna.
la tarima del Aula Magna.
Todos aplaudimos, llorando; eran los dioses que volvían al cabo de
un destierro de siglos. Agrandados por la tarima, la cabeza echada
hacia atrás y el pecho hacia delante, recibieron con soberbia nuestro
homenaje. Uno sostenía una rama, que se conformaba, sin duda, a la
sencilla botánica de los sueños; otro, en amplio ademán, extendía una
mano que era una garra;una de las caras de Jano miraba
con recelo el encorvado pico de Thoth.
un destierro de siglos. Agrandados por la tarima, la cabeza echada
hacia atrás y el pecho hacia delante, recibieron con soberbia nuestro
homenaje. Uno sostenía una rama, que se conformaba, sin duda, a la
sencilla botánica de los sueños; otro, en amplio ademán, extendía una
mano que era una garra;una de las caras de Jano miraba
con recelo el encorvado pico de Thoth.
Tal vez excitado por nuestros aplausos, uno, ya no sé cuál,
prorrumpió en un cloqueo victorioso, increíblemente agrio,
con algo de gárgara y de silbido.
Las cosas, desde aquel momento, cambiaron....
Todo empezó por la sospecha (tal vez exagerada) de que
los Dioses no sabían hablar.
los Dioses no sabían hablar.
Siglos de vida fugitiva y feral habían atrofiado
en ellos lo humano.
La luna del Islam y la cruz de Roma habían sido
La luna del Islam y la cruz de Roma habían sido
implacables con esos prófugos. Frentes muy bajas,
dentaduras amarillas, bigotes ralos de mulato o de
dentaduras amarillas, bigotes ralos de mulato o de
chino y belfos bestiales publicaban la degeneración de la
estirpe olímpica. Sus prendas no correspondían a una pobreza
decorosa y decente sino al lujo malevo de los garitos y de los
lupanares del Bajo. En un ojal sangraba un clavel; en un saco
ajustado se adivinaba el bulto de una daga.
estirpe olímpica. Sus prendas no correspondían a una pobreza
decorosa y decente sino al lujo malevo de los garitos y de los
lupanares del Bajo. En un ojal sangraba un clavel; en un saco
ajustado se adivinaba el bulto de una daga.
Bruscamente sentimos que jugaban su última carta,
que eran taimados, ignorantes y crueles como viejos
animales de presa y que, si nos dejábamos ganar por
el miedo o la lástima, acabarían por destruirnos.
Sacamos los pesados revólveres (de pronto hubo revólveres
en el sueño) y alegremente dimos muerte a los dioses.
Jorge Luis Borges "El Hacedor" 1960
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