¿Será acaso, porque me paso vagabundeando toda la semana,
que el sábado y el domingo se me antojan los días más aburridos de la vida?
Creo que el domingo es aburrido de puro viejo
y que el sábado inglés es un día triste,
con la tristeza
que caracteriza a la raza que le ha puesto su nombre.
El sábado inglés es un día sin color y sin sabor; un día que "no corta ni pincha"
en la rutina de las gentes. Un día híbrido, sin carácter, sin gestos.
Es día en que prosperan las reyertas conyugales y en el cual las borracheras
son más lúgubres que un "de profundis" en el crepúsculo de un día nublado.
Un silencio de tumba pesa sobre la ciudad.
En Inglaterra, o en países puritanos, se entiende. Allí hace falta el sol,
que es, sin duda alguna, la fuente natural de toda alegría. Y como llueve
o nieva, no hay adonde ir; ni a las carreras, siquiera. Entonces la gente
se queda en sus casas, al lado del fuego, y ya cansada de leer Punch,
hojea la Biblia.
Pero para nosotros el sábado inglés es un regalo modernísimo
que no nos convence. Ya teníamos de sobra con los domingos.
Sin plata, sin tener adonde ir y sin ganas de ir a ninguna parte,
¿para qué queríamos el domingo?
El domingo era una institución sin la cual vivía muy cómodamente la humanidad.
Tata Dios descansó en día domingo, porque estaba cansado de haber
hecho
esta cosa tan complicada que se llama mundo.
Pero ¿qué han hecho, durante los seis días, todos esos gandules que por ahí andan,
para descansar el domingo? Además, nadie tenía derecho a imponernos un día más
de holganza. ¿Quién lo pidió? ¿Para qué sirve?
La humanidad tenía que aguantarse un día por semana sin hacer nada.
Y la humanidad se aburría. Un día de "flaca" era suficiente.
Vienen los señores ingleses y, ¡qué bonita idea!, nos endilgan otro más, el sábado.
Por más que trabaje, con un día de descanso por semana es más que suficiente.
Dos son insoportables, en cualquier ciudad del mundo.
Soy, como verán ustedes, un enemigo declarado
e irreconciliable del sábado inglés.
Corbata que toda la semana permanece embaulada. Traje que ostensiblemente
tiene la rigidez de las prendas bien guardadas. Botines que crujían.
Lentes con armadura de oro, para los días sábado y domingo.
Y tal aspecto de satisfacción de sí mismo, que daban ganas de matarlo.
Parecía un novio, uno de esos novios que compran una casa por mensualidades.
Uno de esos novios que dan un beso a plazo fijo.
Tan cuidadosamente lustrados tenía los botines que cuando salí del coche
no me olvidé de pisarle un pie. Si no hay gente el hombre me asesina.
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