Pertenecer, ser aceptado, obedecer la prepotencia de otros, acatar
las normas del clan y diluir lo personal para pertenecer a un colectivo
fue un programa viejo de supervivencia.
En un tiempo quien no acataba, quedaba expuesto a otras tribus
a animales predadores, a morir de hambre, quedar excluido
del clan era la muerte literalmente hablando.
Pensemos en los inuit, habitantes de los Árticos,
imaginemos esas geografías hostiles, gélidas.
En ese contexto quien perdía sus dientes al
envejecer era abandonado a la intemperie
para que un oso lo devorara y a su vez
sea posible que eso oso sea el alimento
de la tribu.
Las uniones eran pactadas, una mujer era entregada como
bien de intercambio a algún forastero y con mayor o
menor grado de sometimiento se aceptaba la
decisión de los ancianos.
Pero definitivamente hay que trascender esas viejas
fórmulas. Hoy nuestra sociedad nos permite tener
familias monoparentales, otras elecciones sexuales,
separarnos, volver a formar otra familia, mudarnos,
dejar un "rol" o profesión para comenzar otra
en definitiva el cambio es el signo de los tiempos.
No es que esté bien o mal, simplemente es.
Tenemos que ser conscientes de que tenemos
esa libertad y hacer uso de ella cuando decidimos
no aceptar algo que calificamos como injurioso, lesivo,
desconocido, innecesario, incluso peligroso.
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