El autor de este experimento es el psicólogo Martín Seligman, contemporáneo, (quiero aclarar que considero cruel experimentar con animales), pero ya que disponemos de este material será bueno utilizarlo para una mejor comprensión de este que el llamó desamparo o indefensión aprendida y que comparte muchas facetas con la depresión.
Para desarrollar este experimento colocó a dos perros colgados por arneses en distintas cajas en donde recibían cada tanto pequeñas descargas eléctricas, el perro n°1 estaba en la caja donde podía accionar con su hocico una palanca para interrumpir dicha descarga.
A diferencia de este, el perro n°2 recibía las mismas descargas pero sin posibilidad de accionar ninguna palanca y por ende de controlar el estímulo aversivo.
En la segunda fase del experimento los dos perros eran trasladados individualmente a otra caja en la cual una mitad estaba electrificada y la otra libre de tensión.
El perro n°1 que en la primera fase podía controlar el estímulo aversivo de la descarga sin dubitar saltaba a la zona libre de electricidad y así se liberaba.
En cambio el perro n°2 se quedaba en la zona electrificada, sin capacidad de responder, resignado, pasivo, triste.
Tal vez tratando de entender porqué el castigo.
Uno de ellos había aprendido que la descarga podía tolerarse, pero inmediatamente accionando una palanca cortaba el flujo de tensión.
Mientras el otro había aprendido que sin importar lo que hiciese, sin importar su nivel para tolerar el dolor o el miedo, el resultado era siempre el mismo: el sufrimiento. Entonces el sentía que no había forma de escapar.
¿Porqué toleramos tanto? ¿Porqué nos hemos resignado?
No puedo dejar de sentir que, como sociedad, en algunas ocasiones somos el segundo perro: tristes, pasivos, acostumbrados a vivir o a esperar las crisis.
Nuestras descargas son crisis inflacionarias, políticas, sociales y ahora sanitarias, a las que hoy se suman la del recorte a nuestros derechos personalísimos.
No puedo evitar sentir que todavía hay palancas que no hemos accionado, porque nadie nos entrenó o porque tal vez tememos que el resultado sea una descarga peor.
Hay muchas imágenes que vienen a mi últimamente; esta creo que es la más representativa:
En la foto, el papá de Abigail cargando a su hija el trayecto de 5 km, recién operada de cáncer, por mandato de un gobernador de Santiago del Estero, que impidió a su familia atravesar la frontera en su vehículo, debido a las medidas de prevención del Covd. No es el único caso en el que una nena no recibió el tratamiento adecuado, pero es el que más trascendió.
Hay muchísimos casos de familias varadas, víctimas de violencia familiar o gente privada de su libertad en un geriátrico, sin poder abrazar a sus hijos, nietos, bisnietos, sin un paseo, ni el verde de los árboles, sin el ruido de una comida en familia.
Atrapada en el miedo de cuándo será la próxima descarga.
Cuantos infectados habrá mañana o pasado o 15 días después.
Sólo porque el mundo globalizado ha decidido que seas el perro n°2 y que no respires.
Que aceptes los protocolos (qué palabra tan odiosa) y las fases y las alertas.
Los barbijos, la criminalización de tus derechos, la prohibición de transitar tu país y tener acceso a la salud, al trabajo, al ocio y hasta a la expresión.
De repente el mundo se ha llenado de experimentadores pero esta vez no estamos solos, hoy entre un alemán, un argentino, un inglés o un mexicano, existe una fuerte cohesión y una empatía como nunca antes habíamos sentido.
Todos estamos tratando de accionar la palanca.
Algunos lo hacemos, otros no se animan todavía, pero ya no habrá caja que nos contenga.
Muchas veces me pregunté porqué estas personas en una clara ventaja numérica aceptaron su destino con tanta mansedumbre.
Según algunas versiones se les instaló la idea de una amenaza externa, de trasladarlos a campos en donde estarían a salvo de supuestos invasores.
El Experimentador siempre es hábil y sabe manipular tus miedos; tus miedos siempre te hacen tomar malas decisiones.
¿Cómo hubiese sido la historia si esa multitud se rebelaba contra los escasos soldados que los cargaban en los trenes?
El desamparo aprendido o la indefensión aprendida no
heridas fáciles de remover, pero se puede, con un enorme compromiso de recuperar autoconfianza.
Se puede primero identificándola; la historia casi siempre tiene que ver con el maltrato, sea físico, verbal, sexual o por desamor e indiferencia, que es otro tipo de maltrato.
Luego afrontándola, animarse a desmenuzar ese entramado que cuesta recordar porque es traumático y requiere de paciencia y de no reñir con juicios de autocrítica sino lo contrario.
Hay quienes necesitan hablarlo con familiares, amigos ocasionales, sacerdotes, consejeros o terapeutas.
Hablar ayuda a poner las cosas en contexto, armar una historia y empezar gradualmente a dejar de ser el perrito n°2.
Salir de la pasividad para pasar a la acción, es la mejor estrategia aunque a veces puedas equivocarte, no importa, la repetición sirve para fijar una nueva pauta de conducta.
Y si es posible, recordarle al experimentador que no nos gustan las descargas.
Bibliografía
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