Llega hasta nuestros días esta expresión que tiene
una historia, popularizada por Cicerón.
Y esta nos lleva a un tiempo precristiano
siglo IV en la ciudad de Siracusa, los protagonistas
son el rey Dionisio II y un cortesano Damocles.
Resulta ser que el rey se sentía con frecuencia infeliz
porque a causa de su tiranía tenía muchos
enemigos y vivía en un constante miedo de
ser asesinado.
Pero a los ojos de Damocles, éste vivía rodeado de
lujos y privilegios envidiables, pero lejos de criticarlo
lo adulaba en exceso. Hasta que el rey le propuso
ocupar su lugar. Damocles aceptó.
Fueron muchos los sirvientes que lo acicalaron
y ungieron con óleos y ungüentos propios de
un rey, también llevó sobre su cabeza la
corona y ocupó su trono.
En medio del regocijo de un gran banquete
dado en su honor, Damocles miró hacia arriba.
Justo a la altura de su cabeza pendía una espada
apenas sostenida por finas crines de caballo,
entonces la sensación fue otra.
El miedo lo paralizó, entonces podemos
suponer que comenzó una cuenta
regresiva por volver a ser un
simple cortesano.
Y ciertamente todos en algún momento hemos
mirado con recelo a los "privilegiados", pero
no debe ser nada fácil estar en ese lugar
en donde cada decisión cuesta vidas.
Sentir que pende sobre uno la espada de
Damocles es sentir que la vida puede tomar
en fracciones de segundos un giro dramático.
Que todo placer es efímero, que todo es
ilusorio, engañoso y fugaz.
Y que frente a esta sensación no hay antídoto
ni recompensa que amerite tal sufrimiento.
y ungieron con óleos y ungüentos propios de
un rey, también llevó sobre su cabeza la
corona y ocupó su trono.
En medio del regocijo de un gran banquete
dado en su honor, Damocles miró hacia arriba.
Justo a la altura de su cabeza pendía una espada
apenas sostenida por finas crines de caballo,
entonces la sensación fue otra.
El miedo lo paralizó, entonces podemos
suponer que comenzó una cuenta
regresiva por volver a ser un
simple cortesano.
Y ciertamente todos en algún momento hemos
mirado con recelo a los "privilegiados", pero
no debe ser nada fácil estar en ese lugar
en donde cada decisión cuesta vidas.
Sentir que pende sobre uno la espada de
Damocles es sentir que la vida puede tomar
en fracciones de segundos un giro dramático.
Que todo placer es efímero, que todo es
ilusorio, engañoso y fugaz.
Y que frente a esta sensación no hay antídoto
ni recompensa que amerite tal sufrimiento.
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